Por Jorge Jaraquemada
Publicado en El Líbero, 17 de febrero de 2024
La repentina muerte del expresidente Sebastián Piñera, con toda su tragedia, pareció traer un aire renovador a un clima político denso y polarizado. Rápidamente surgió un reconocimiento ciudadano a su figura. Desde que su féretro se instaló en el ex Congreso Nacional, multitudes lamentaron su fallecimiento ante los medios de comunicación mientras esperaban por horas en largas y lánguidas filas para despedirlo. Su firme carácter democrático, su voluntad por los acuerdos y su respeto por la diferencia y los derechos humanos fueron destacados transversalmente por avezados políticos y simples ciudadanos.
Ante este escenario trágico y conmovedor, no es de extrañar que Boric y su gobierno cambiaran nuevamente de posición, por pragmatismo o convicción, a estas alturas ya da lo mismo. Lo cierto es que con la misma velocidad que el sentir de la opinión pública se reencontraba con la figura de Sebastián Piñera, parecía que el gobierno mutaba su opinión política e histórica sobre él.
Se ha hablado precipitadamente de un mea culpa. El impulso conciliador y democrático que nos legaba el fallecido presidente parecía haber llegado hasta La Moneda, decían analistas y políticos con un atisbo esperanzador. Sin embargo, en nuestra opinión ese impulso solo llegó hasta las puertas de La Moneda, pero no logró anidar en su interior.
Primero, es muy pronto para aseverar que Boric representó a todo su gobierno cuando afirmó que siendo oposición “las querellas y las recriminaciones, fueron en ocasiones más allá de lo justo y razonable”. Aún falta saber qué piensan los ministros que, cuando eran parlamentarios, apoyaron con vehemencia las acusaciones constitucionales contra Sebastián Piñera en 2019 y 2021, y otro tanto respecto de aquellos que se querellaron en su contra por delitos de lesa humanidad y genocidio.
Una de éstas —en respuesta que compite en candor con el justificativo colegial de la ministra Vallejo para no asistir al funeral— explicó que antes de asumir como ministra había renunciado al patrocinio de la querella en un burdo intento de confundir a quienes ignoran que querellante y patrocinante son roles distintos. Podrá haber renunciado como abogado patrocinante, pero sigue siendo una de las querellantes.
En todo caso, el Partido Comunista se encargó de validar nuestra conjetura. La diputada Hertz —con su inconfundible desmesura y la acritud que la caracteriza— fue la primera en manifestar su diferencia con Boric, acusándolo de “negacionismo”. Luego la siguieron todos los parlamentarios comunistas y varios frenteamplistas, unos criticando y otros derechamente descalificando sus dichos. El que menos diciendo que sus palabras eran “desafortunadas”.
Segundo, reconocer que se obró “más allá de lo justo y razonable” es solo periférico a las acciones y al horizonte que aspiraba la izquierda al calor del fuego octubrista. Y es que, como lo dijo el propio expresidente Piñera en octubre de 2023 —con el remanso que brinda el tiempo— toda la afrenta octubrista fue un intento de Golpe de Estado en su contra. Acusarlo constitucionalmente fue una mera herramienta; eso sí con ostentación de argumentos crueles, ruines y falsos, que incluyeron inventar lugares de tortura y elucubrar sobre el estado mental del entonces presidente. Pero, a pesar de su abyección, esas acusaciones fueron periféricas a lo acontecido.
Lo más grave ocurría en la calle. Era la violencia incontrolable. Y la coalición que hoy gobierna la alentó. Y la otra izquierda, obsecuentemente, se mimetizó con ella por acción u omisión. Entre ellas bloquearon toda propuesta legislativa para darle más atribuciones a Carabineros e hicieron lo posible por debilitarla o incluso refundarla —eufemismo para eliminarla— en los albores del actual gobierno.
No solo fueron querellas y recriminaciones. También se valieron de la “primera línea”, los saqueos y el fuego para debilitar el Estado de Derecho. Amenazaron y provocaron a los militares que cuidaban zonas críticas. Y esta posición en nada se diferencia de la tesis hipócrita del Frente Amplio respecto de lo ocurrido en 2019, pues según el presidente del Partido Comunes ellos nunca se saltaron la institucionalidad. Su recuerdo de lo ocurrido se agota en las acusaciones constitucionales. ¡Falso! El país entero presenció y sufrió lo que hicieron o permitieron.
Participar en el funeral de Estado de Sebastián Piñera y escuchar el discurso de Boric no debe haber sido fácil para la coalición gobernante. Porque allí se evidenció la diferencia entre él y ellos. En tanto él fue reconocido como un demócrata ejemplar, ellos desnudaron su relativismo que los conduce a actuar según el lugar en que les toca estar. Lo que Boric admitió —tal vez sin proponérselo— es el alma octubrista: su desprecio por la democracia. Y mientras la izquierda no reconozca que validó todos los medios, incluida la violencia, para destituir a un presidente que el propio Boric ahora califica de demócrata, sus mea culpa seguirán teniendo gusto a poco.