Indolencia

Por Jorge Jaraquemada
28 de junio 2024, CNN Chile

Hace unos días, la directora del Instituto Nacional de Derechos Humanos afirmó que en Chile no hubo violaciones sistemáticas a los derechos humanos durante el período que siguió al 18-O. Sus declaraciones, inversas a las que afirmaba con fuerza hace cinco años, son otro giro, en una larga lista, a los que la realidad, el pragmatismo y el oportunismo político han empujado al oficialismo en sus definiciones.

Aunque siempre una corrección es valorable en su mérito, también es necesario destacar que la brutal arremetida de toda la izquierda contra Sergio Micco, un lustro atrás, cuando era director del INDH, por decir exactamente lo contrario, le significó a él un costo personal y público altísimo. Incluso su integridad física estuvo en riesgo mientras padecía el asedio político en la universidad donde es profesor. La causa de ese severo e injusto costo reside en la incapacidad de la izquierda post Concertación de conmoverse frente a quienes piensan diferente u osan cruzarse ante sus afanes. La radicalidad ideológica de quienes adhirieron al llamado octubrismo se ha ido ligando, inseparablemente, a la indolencia. Ejemplos abundan y no se pueden soslayar.

Durante la anomia octubrista hubo un abanico de acusaciones constitucionales, como las que intentaron destituir al presidente Piñera y las que sufrieron su ministro del Interior Andrés Chadwick y quienes lo reemplazaron en ese cargo. Todo esto, mientras nuestro actual mandatario mostraba su melódico anhelo de “desaguar” en un casco militar. Resulta imposible olvidar, como parte de ese germen octubrista indolente, el desprecio hacia el Himno Nacional y los niños que lo entonaban al inaugurarse la Convención Constitucional.

Esta característica indiferencia ha acompañado la gestión de este gobierno desde sus albores. A pesar de la devastación de nuestras ciudades, de las decenas de estaciones de Metro quemadas, de supermercados saqueados que nunca más abrieron y de los miles de familias perjudicadas por la violencia, el presidente impulsó el indulto a personas acusadas de graves delitos y a delincuentes con amplio prontuario previo y posterior al 18-O. Esta decisión presidencial evidencia, por antonomasia, la arbitraria y soberbia irresponsabilidad de quienes gobiernan.

En 2011 las tomas y la violencia con que se expresaba el movimiento estudiantil, que lideraban los actuales gobernantes, asomaron como una advertencia con buses quemados y miles de horas de clases perdidas. Más de una década después, con sus líderes ahora en el gobierno, el resultado es patético: alumnos sin matrícula escolar, escalada sin freno de mala convivencia escolar, liceos emblemáticos en ruinas y desprestigiados, y miles de deudores del Crédito con Aval del Estado que no pagan motivados por los perversos incentivos que recibieron de quienes nos gobiernan. Todo esto sin que nadie asuma su responsabilidad.

Y suma y sigue. Hace poco el país entero se conmocionó frente al desolador mega incendio en la Quinta Región y otra vez la autocrítica escaseó. También está el caso, ya tragicómico, del embajador en España que se comporta como quiere sin que parezcan importarle los efectos que para nuestra política exterior tienen sus salidas de libreto. O el ministro que, en un año fundamental para retomar el crecimiento económico, optó por ir a jugar una pichanga en vez de asistir a uno de los eventos más importantes de la minería. Peor aún, nunca asumió su falta. Las redes sociales también alimentan este triste cuadro de indolencia, como las imágenes que circulan en ellas de diputados frenteamplistas apoyando al machi responsable de quemar vivo al matrimonio Luchsinger Mackay.

En este cuadro el presidente de la República no es la excepción. Al contrario, teletrabaja algunos lunes y se va al cine precisamente el fin de semana en que era previsible una catástrofe de proporciones debido a lo que sus propios ministros llamaron la mayor lluvia registrada en los últimos 20 años y que dejó miles de damnificados.

A la coalición gobernante, particularmente al Frente Amplio, que se constituyó desde sus inicios en el simbolismo y que bien sabe cómo dar sutiles señales en política, no basta con calificarla de inexperta, menos aun cuando la promesa de su gobierno importaba el muy simbólico compromiso de “habitar el cargo”. Los hechos, una y otra vez, apuntan a esa incapacidad de conmoverse que se llama indolencia.