Sentido común

Por Jorge Jaraquemada

CNN Chile, 1 de noviembre 2024

 

La frase “cada día puede ser peor” se resiste a envejecer. Es casi un legado de Michelle Bachelet, aunque su uso y connotación sirva para dar cuenta de lo mal que marcha el país. Y es que desde que se supo del llamado caso Monsalve, la situación para el gobierno —desde el presidente de la República hacia abajo— ha ido de mal en peor y, a dos semanas de haber estallado, no parece mejorar.

Partió todo mal, muy mal. Primero, nos enteramos gracias a la prensa de la grave acusación contra el entonces subsecretario de Interior. Siguió su renuncia, cuya puesta en escena no se ajustó a la delicada situación que la empujaba. Monsalve tuvo tiempo y espacio para despedirse desde los patios de palacio, preparar la presentación de su renuncia y, como si fuera poco, viajar a informar a su familia. Esto último no es reprochable en sí mismo, pero lo que sí es grave es la connotación que rodeó su viaje, pues ocupó recursos estatales y todo lo que logró hacer durante ese tiempo, lo hizo con el respaldo y poder que le daba su cargo.

La seguidilla de acontecimientos de esas horas los hemos ido conociendo de a poco durante estas semanas y prácticamente todos ellos, desde el principio, denotan dos cosas. De un lado, el derrumbe de los discursos medulares que dieron forma al relato del gobierno, como son el feminismo y la lucha contra los privilegios, y de otro, la osadía de llevar la práctica de la voltereta hasta los límites de la desfachatez.

Los casi dos días que aprovechó Monsalve, los avisos o instrucciones que recibió de Tohá durante ese tiempo, los silencios de la ministra de la Mujer en momentos claves, la ausencia de la vocera, junto con las primeras palabras del presidente, dan cuenta del desaire a los propios estándares que —desde lo alto del plinto de la superioridad moral— buscaron por años inyectar en las diferentes esferas sociales. Así también dan cuenta del afán de intentar convencernos de lo imposible.

Después vino la conferencia de prensa de 53 minutos donde Boric expuso burdamente su confusión e infantilismo al actuar con irresponsabilidad, incuria, desidia y soberbia, pero sobre todo su obtuso convencimiento de que la imagen que estaba transmitiendo de sí mismo a la prensa y a la ciudadanía en todo el país era de un mandatario transparente y cercano.

Lo mal que iba todo hasta ese momento lo obligó a dar un giro radical en la percepción del caso, al punto que habló de traición, aunque sin mencionar a Monsalve. Una vez más Boric cambiaba de opinión, una vez más se daba una vuelta para intentar quedar bien, a pesar de lo inverosímil que resultara. Sin embargo, la alegoría del “portero” de la ministra Orellana no ayudó al esfuerzo de La Moneda.

Hoy el gabinete se desploma en aprobación ciudadana y el primer mandatario perdió una parte de los incondicionales que le han asegurado —aun en las peores circunstancias— al menos un 30% de apoyo. Esto se explica, en parte, por la cadena de errores que cometieron desde el primer momento. En la medida que avanzan los días, ni las elecciones regionales y municipales, con la importante reordenación de fuerzas políticas que arrojó como resultado, han logrado dislocar la atención sobre el manejo que La Moneda ha tenido en este escándalo.

Dada la información que se va conociendo día a día, la justificación de la cadena de errores ya no es suficiente. Los datos y opiniones de estos últimos días dan cuenta del surgimiento de sospechas respecto de las razones y objetivos que podrían explicar por qué se actuó de la manera en que se hizo. Dicho directamente, cuesta creer que cada una de las declaraciones y acciones realizadas por las autoridades en estos días no hayan sido cuestionadas por alguno de los muchos miembros de los costosos equipos que asesoran a los diferentes ministros del comité político y del mismo presidente de la República.

A estas alturas, insistir en la hipótesis de que todo lo que ha hecho y dejado de hacer La Moneda en este caso responde a una cadena de chascarros —amateurismo lo llamaba un periodista en extremo generoso— es el verdadero error y, a la vez, un insulto a la sensatez de la opinión pública y una lamentable constatación de lo que es no entender aquello que se llama sentido común.