Aunque Ernesto Bustos realiza un legítimo escrutinio público a Jaime Guzmán, uno de los políticos más importantes de nuestra historia republicana, es necesario aclarar algunas confusiones. Confunde su apoyo al origen del gobierno militar, justificado en la crisis social a la que había llevado al país la ideología que promovía la violencia política, con apoyar violaciones a los derechos humanos.
Ignora que su colaboración se enfocó en construir un andamiaje institucional que permitiera al país volver a la democracia y, por eso, su labor fue crear las condiciones para la viabilizar ese andamiaje, entre otros motivos, para evitar más atropellos a los derechos humanos. Guzmán rechazó categóricamente esas violaciones: “Por definición, estoy en contra de todo exceso en materia de derechos humanos (…) y no justifico ninguno de los que se hayan producido” (Revista Cosas, Santiago, 11 de julio de 1985). Impedir que siguieran ocurriendo es lo que lo llevó a preocuparse de que el régimen militar terminara en democracia (Documento de Trabajo Nº82, CEP, Santiago, abril de 1987). También desconoce el derrotero político que evidencia su adhesión a la democracia. Desde muy joven participó en campañas políticas, fundó un partido que llegó a ser el más grande del país, en votos y número de parlamentarios, y fue electo senador en 1989.
Sin embargo, más allá de las diferencias o ignorancia que puedan seguir existiendo respecto de la figura de Jaime Guzmán, lo cierto es que absolutamente nada justifica su cobarde asesinato. Curiosamente, frente a este hecho y su necesario rechazo, propio de todo demócrata, Bustos guarda silencio.