La recepción del gramscismo por parte de la izquierda chilena de los 80 llevó a dicho sector plantearse como posibilidad real aglutinar nuevas voluntades colectivas que darían cuenta de un nuevo bloque histórico, supuestamente capaz de generar un tejido político hegemónico. Tal parece que hoy en día se busca replicar, subrepticiamente, el mismo esquema por parte de un sector de la izquierda que se incrusta en los llamados movimientos sociales. Las complejas relaciones entre este paradigma interpretativo y el proceso de modernización se expresan en una crisis identitaria de la actual oposición. Se observa un “progresismo radicalizado”, que no comprende la radicalidad de los cambios culturales y el carácter difuso de la protesta social en Chile.
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