#LosNiñosPrimero. Durante los primeros meses de Gobierno, ese fue el mensaje principal de la administración del Presidente Piñera. Política pública que, adornada por pulseras verdes, ponía el foco en la infancia. Un relato que cohesionaba a los cuatro partidos de Chile Vamos, y que por fin nos sacaba del estigma de que la derecha sólo se preocuparía de las cifras macroeconómicas y del bolsillo de los chilenos.
Sin embargo, las salidas de Gerardo Varela y Mauricio Rojas desde Educación y Cultura, respectivamente, transmitieron una sensación de que la encuestologitis se había tomado los pasillos de La Moneda. Los partidos de Gobierno, erráticos, perdían públicamente el foco, dando pasos en falso con temáticas que parecían más que zanjadas en el sector. De alguna manera, teníamos que recuperar la agenda.
Públicamente, el Presidente Piñera, en una muestra de autoridad, se mostró abierto a responder cualquier pregunta, por incómoda que fuera, en canales de televisión y medios escritos. En materia legislativa, se anunció vía cadena nacional una reforma tributaria. Y en diálogos con adherentes, altos personeros de Gobierno llamaban a sus militantes y funcionarios a volver a poner el foco en lo que interesaba: empleo y crecimiento económico.
Y es aquí donde el Gobierno debe decidir qué carrera quiere correr: los 100 o 5.000 metros planos. Si creemos que basta preocuparse por la economía para cambiar el rumbo del país, sigamos adelante, pero la carrera larga la perderemos por falta de oxígeno e ideas. Para gobernar por cuatro u ocho años más, necesitamos primero transmitirle al país la causa que consideramos urgente solucionar. Luego debemos sentarnos a exponer el tiempo que requerimos y cómo lograrlo. Parte de ese trabajo está avanzado y bien diseñado, pero no concluido.
Es importante detenerse un poco, volver a volcarnos sobre aquello que nos une, para qué somos coalición y cuál es nuestro horizonte político. Sin ese diálogo sincero y recurrente, sin políticas que encarnen nuestros principios, la historia de entregar la banda presidencial a la izquierda -la que viene quizás incluso más radical que la anterior- se podría volver a repetir. Y una segunda derrota, en las urnas, con el voto de esos ciudadanos que aparentemente estaban felices durante nuestro Gobierno, sería fatal.
Fatal no solamente para la coalición en cuanto a estructura, sino que fatal para nuestro relato político. Si volvemos a decirle a los chilenos que nuestro sueño de país es meramente coyuntural, sólo nos quedará esperar a la siguiente crisis para gobernar. Y nos quedaremos aislados, con la medalla de oro en los 100 metros planos en la mano, exhaustos y desorientados, viendo cómo la prueba de los 5.000 metros continúa, sin nosotros, a la espera de que el ciclo vuelva a comenzar. No podemos darnos ese (mal) gusto.