Los políticos, analistas y periodistas no han dudado ni un segundo en calificar de “ultra” a los nuevos fenómenos que tanto Donald Trump, Jair Bolsonaro y José Antonio Kast han impulsado en el continente. Una derecha que ha dado muestras de un estilo frontal, alejado de lo políticamente correcto y a ratos desconcertante para quien la observa como agente neutral. Frases descontextualizadas o malinterpretaciones maliciosas de sus propuestas son parte del menú que ponen a estos agentes en lo que pareciera lo más extremo del sector. Incluso los mismos actores de derecha, equivocadamente, caen seducidos en este desacertado uso del lenguaje.
Y es osado, porque más allá de las deformaciones mismas que hacen quienes apelan a este concepto, es difícil ver que las acciones de quienes reciben el calificativo se condigan con este tinte extremo o represivo con el que pretenden acorralar al político de turno. En general, el apego a la institucionalidad es fuerte en estos personajes a la hora de aplicar política pública. Hasta ahora, por ejemplo, la acción más “extrema” de Jair Bolsonaro en Brasil ha sido declinar su participación en el Pacto Migratorio de la ONU y promover una educación “sin ideologías” en Brasil.
Por eso llama la atención la fuerza con que ciertos grupos de la derecha se suman a esta crítica, liviana y un tanto complaciente con la oposición, aún más cuando en la vereda del frente podemos ver la verdadera cara de la “ultra”. Un rostro que tras liderazgos carismáticos esconde la violencia como un método válido de manifestar la acción política. Y no solamente en un plano teórico, sino que a través de actos públicos, a la luz de aquellos mismos que no dudan en etiquetar fácilmente las posturas conservadoras.
Y casos hay muchos, con violencia explícita como el caso de la golpiza que sufrió el ex candidato presidencial José Antonio Kast en la Universidad Arturo Prat en Iquique o la agresión al presidente del Tribunal Constitucional, Iván Aróstica. En algunos casos, reivindicación de la violencia extrema como lo que ha hecho el diputado Gabriel Boric en su visita al asesino confeso de Jaime Guzmán, miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, Ricardo Palma Salamanca. O incluso, validaciones de regímenes autoritarios perversos como lo ha hecho el Partido Comunista con Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Por eso y más, cabe preguntarse quiénes son los “ultra”. Si aquellos que defienden enérgicamente sus posturas o aquellos que mantienen su acción sometida al conflicto constante entre el alma democrática y el alma violentista. Y es ahí donde está la peligrosidad de los apodos odiosos, en normalizar actos que a todas luces son inaceptables, y a la vez demonizar acciones que son lógicas en el marco de la disputa política.
La decepción no es hacia la izquierda, la cual en múltiples ocasiones ha demostrado incoherencia entre lo dicho y lo hecho, sino que la desilusión recae en la derecha y sus actores, quienes compran rápidamente un discurso pre-fabricado y lo repiten sin darse cuenta que, en el fondo, caen en el juego de crear enemigos donde debiesen buscar aliados. Y por de pronto, colaboran en seguir escondiendo a los verdaderos violentistas. Al ritmo de ellos, al ritmo de la izquierda.