El COVID—19, popularmente conocido como “coronavirus”, ha desafiado fuertemente los sistemas sanitarios del mundo, con las consecuencias por todos conocidas tanto en lo que a políticas públicas concierne como en lo humano.
Sin embargo, el coronavirus no sólo ha rivalizado con nuestros enclenques sistemas de salud, o con la fastidiosa obstinación de los ciudadanos –frente a la que, como es obvio, siempre ha resultado triunfante—, sino también a una forma de hacer las cosas que –creíamos— teníamos incorporada a nuestra cotidianeidad. El coronavirus ha perturbado nuestros modos de convivir, nuestra vida, que después de esta crisis es muy difícil que vuelva a ser como la que tuvimos hasta antes de esta calamidad mundial, no sólo por las consecuencias funestas de la pandemia, sino también por los desafíos que nos planteó a nuestros usos y modos de convivencia.
El trabajo, que resulta ocupar un gran porcentaje de nuestras preocupaciones, ha devenido en ocasión de contagio, debiendo optar por hacerlo desde casa. Pero, lamentablemente, a pesar de los grandes cambios que la tecnología ha traído a nuestra cotidianeidad, el trabajo sigue estando anclado en usos tradicionales, y no es que ello sea de por sí funesto, pero las exigencias de los nuevos tiempos ponen de manifiesto que cualquier avance en abrirse a trabajo a distancia facilitará la vida de las personas. Bajo la misma lógica, pero con otros supuestos, también conviene que el Congreso Nacional, nuestro Congreso, pueda implementar modalidades que le permitan seguir funcionando a distancia. Así se ha propuesto sesionar y votar proyectos por vía telemática; incluso se ha informado que el Senado ya se encuentra estudiando una forma de realizarlo.
Estos tiempos no son los mejores para que las autoridades se paralicen: hay que abordar los problemas más apremiantes de los chilenos durante la crisis, entre otros, precisamente, las condiciones laborales y algunas medidas económicas. Es por ello que también el voto telemático y las sesiones a distancia, son una alternativa. Ambas medidas permitirán mantener nuestro país a flote y, sin duda, lo pondrán a la vanguardia del mundo en lo que a trabajo respecta.
En definitiva, si hay algo que el coronavirus ha puesto de moda ha sido el prefijo “tele”, que significa “distancia”, y desde el cual cobran sentido los conceptos de teletrabajo, televotaciones, teleducación (quizá algunos, en tiempos de cuarentena, abusarán de “la tele”, pero eso es otra cosa), palabras muy inusuales en nuestro lenguaje, pero que cada vez suenan más. Es, quizá, lo positivo de estos trances lamentables por los que las sociedades de vez en cuando pasan. Son retos que permiten mejorar la forma de relacionarnos y probar usos y formas propios de nuevas mentalidades.