Hay, por supuesto, algo de responsabilidad de la élite en haber fallado mucho más de lo aconsejable estos últimos años (no sólo la élite política, sino la empresarial, la Iglesia, etc.), lo que ha favorecido la creación de una narrativa: la de un grupo que se ocupa de mantener privilegios y abusa de su poder sistemáticamente. Se ha hecho un uso hábil por los críticos del sistema de estas situaciones y tampoco ha existido mucha capacidad de los aludidos para hacerse cargo de ella. Hay ahí un abandono ―o quizás incomprensión― de la dimensión simbólica de la política.
Pese a lo anterior, nada de eso justifica que se pretenda poner en riesgo la democracia, el Estado de Derecho y la paz social como se está haciendo por algunos. Las declaraciones ―aunque suelan pertenecer a la dimensión performativa de la política― y las acciones van “corriendo el cerco”. Si no se pone la atención suficiente a estos problemas, van a terminar por explotar más temprano que tarde.