Hoy se cumplen 26 años desde que Jaime Guzmán fue cruel y alevosamente asesinado por el FPMR por defender con pasión y convicción sus ideas. Infausta fecha que nos evoca la demencial intolerancia a la que puede llegar la izquierda.
Por estos días Jaime sufre otro tipo de ataque. Hay quienes quieren erradicar sus ideas, aquéllas sobre las cuales edificó el Movimiento Gremial hace 50 años en los patios de la UC y que luego alentaron el andamiaje institucional que, en esencia, nos rige hasta hoy. De esas ideas hay una que despierta particular animadversión entre sus adversarios y algunos exégetas: la subsidiariedad. Este longevo principio que rige nuestra organización social ha venido soportando estoicamente, hasta ahora, la inquina obsesiva de unos y otros. ¡Hay que removerlo desde sus cimientos! Exigen los primeros. ¡Hay que reinterpretarlo para calmar a la opinión pública que clama por más Estado! Proponen los segundos.
Unos y otros, a mi juicio, tropiezan con la porfiada historia que nos muestra, una vez tras otra, que en aquellas sociedades donde el Estado ha ocupado un rol central, asignado democráticamente o atribuido autoritariamente, y en vez de incentivar la iniciativa privada ha realizado todo lo que los privados no pueden, al final e indefectiblemente el esfuerzo y mérito personales han sido sus víctimas, pues la subsidiariedad opera como la mejor defensa y promoción de las libertades cotidianas de todos nosotros, tan necesarias para alcanzar tanto el desarrollo de cada persona, como el bien común de la sociedad en su conjunto.
Jorge Jaraquemada, La Tercera, 1 de abril de 2017