Por Jorge Jaraquemada
CNN Chile, marzo 2025
Como de costumbre, casi entrando al último año de gobierno se ha comenzado a discutir respecto del legado que dejarán el presidente y su gobierno. Entre otras medidas, se han mencionado la recién aprobada reforma al sistema de pensiones, el nuevo ministerio de seguridad, la ley que redujo a cuarenta horas la jornada laboral, el aumento del salario mínimo y el acuerdo con el gremio de profesores por la llamada deuda histórica. Sin embargo, un legado político debe ser evaluado desde la dimensión de la acción (obras y/o políticas públicas) y de su relación o coherencia con los principios desde los cuales se construye el proyecto político que inspira al conglomerado que gobierna y que éste aspira a plasmar en su administración.
Si se revisan las políticas públicas del gobierno frenteamplista y los proyectos mencionados cuesta encontrar —salvo en la reforma a las pensiones— una relación entre lo impulsado y aprobado y las urgencias ciudadanas más acuciantes. Veamos. Disminuir las horas de trabajo sin resolver ni generar incentivos para un país que necesita producir y crecer, no parece una gran solución. Un ministerio de seguridad no es por sí mismo una buena noticia, los resultados habrá que verlos en el tiempo y probablemente no serán visibles durante lo que queda de esta administración. Por lo demás, el Estado chileno ha crecido desde el retorno a la democracia sin generar necesariamente soluciones eficaces a los problemas públicos; se podría incluso sostener exactamente lo contrario. El horizonte del acuerdo con el colegio de profesores apunta a un nicho muy específico y propio, como también se intentó con la condonación del CAE. Y la reforma de pensiones implicó un trabajo de aunar voluntades entre Chile Vamos y el oficialismo. Sin uno u otro, no hubiera habido acuerdo. Las críticas, de lado y lado, que se refieren a lo que se cedió por las partes constata aquel insoslayable coprotagonismo.
Por lo demás, descontando este último acuerdo, nada en concreto ha dado respuesta a las urgencias que demanda la ciudadanía. Ningún anuncio ha logrado reducir el impacto del crimen organizado en la cotidianeidad de las personas, ni tampoco se ha controlado la migración irregular; y estamos lejos de volver a crecer al promedio del mundo y de generar los incentivos para atraer más inversión.
Con relación a los principios que el gobierno definió desde su instalación, ya parece estar claro que la alianza frenteamplista hoy tiene una tremenda deuda con su auto atribuido estándar moral. Como varias veces lo manifestaron sus líderes, se suponía que ese era el soporte que los distinguía y desde donde proyectarían su gobierno. No ha sido así. Las reiteradas ineptitudes cometidas desde la primera hora de gobierno han constituido hechos serios y espinosos que apuntan a ese centro de gravedad moral que, como consecuencia, perdió rápidamente consistencia. Al punto que el gobierno frenteamplista debió ser auxiliado por los mismos liderazgos de la ex Concertación cuyo comportamiento durante los últimos treinta años ellos habían criticado acerba e impetuosamente desde sus orígenes como movimiento.
Hoy, de cara a las elecciones presidenciales que se verificarán en unos meses más, desde el gabinete no han surgido figuras que logren entusiasmar a la opinión pública y que obtengan un desempeño competitivo en las encuestas. Es decir, su proyecto político no ha logrado ser traspasado a nuevos liderazgos que lo representen y le den viabilidad. La excepción la representa el alcalde Vodanovic, pero su popularidad parece fundarse, más bien, en sus méritos personales y de gestión que en un correlato y adhesión con el proyecto y las políticas gubernamentales.
De esta manera, una vez más, han surgido voces desde todos los rincones del conglomerado oficialista que vuelven a reclamar que sea la expresidenta Michelle Bachelet quien nuevamente asuma el desafío electoral. Más allá de si ella termina por aceptar o no —aún no se pronuncia al escribir esta columna— el diagnóstico ya se insinúa lapidario para esta generación en el gobierno. Los jóvenes que hace solo tres años llegaron para renovar la política y sus malos hábitos, y de paso refundar Chile, hoy lucen fatigados y perplejos, sin recambios entre sus propias filas, moralmente desacreditados y derrotados en sus ideas. Así las cosas, hablar del legado de Boric parece algo aún muy prematuro.