Terminada la segunda vuelta del proceso electoral 2009-2010, nos acostumbramos a oír que el resultado no había sido tanto un triunfo de la centroderecha, como una derrota de la Concertación. Se sindicó a Marco Enríquez-Ominami como el responsable de dicha derrota y se argumentó como causa del resultado un desgaste de la coalición oficialista más que la construcción de una mayoría social de la centroderecha.
Lo anterior fue parte de los diagnósticos que influyeron en las manifestaciones del 2011, donde las dirigencias de izquierdas –agrupadas en los llamados “movimientos sociales”- intentaron convencer a la opinión pública que no existía mayor legitimidad en el programa de Sebastián Piñera y que la derecha gobernaba sin base social. Esto terminó por imponer un diagnóstico que no sólo terminó en una serie de reformas que han tenido un efecto negativo en diversos ámbitos sino también en el rechazo ciudadano de esas mismas reformas.
Lo del pasado domingo 17 cambió por completo los paradigmas de estos análisis. La centroderecha no sólo obtuvo en las urnas un resultado contundente, inapelable, indisputable, sino que concurrió al proceso de segunda vuelta con una movilización sin precedentes a nivel de campaña territorial, y también al día de la elección con más de 50.000 apoderados de mesa a lo largo de todo Chile.
Si a eso sumamos 72 diputados -electos sin sistema binominal, lo que implica desterrar las tesis de los enclaves autoritarios como elemento de subsidio-, y una votación que superó por 9 puntos todas las expectativas, el resultado de este proceso debe llamarnos cuidadosamente la atención. No caben los análisis simplistas que dicen que el resultado se produjo por una división de las fuerzas de izquierda. Si bien es cierto la unidad de dicho sector habría contribuido a la estrechez del resultado, el triunfo fue lo suficientemente contundente como para desechar la idea de un triunfo accidental.
Es evidente que no todos quienes contribuyeron al tremendo resultado de 3.795.896 votos son militantes o simpatizantes de centroderecha. Ese no es el punto. El punto está en que la centroderecha movilizó y convenció, inapelablemente a la mayoría, que sí es una mejor alternativa de Gobierno; donde además tuvo un relato claro, de unidad y de energía. Es el primer paso para convencerse que existe un mayoría política y social que no está disponible para experiencias de regresión izquierdo-populista en nuestro país. Y eso quedó refrendado en la única encuesta que es inapelable: las elecciones.
Máximo Pavez, El Mercurio de Valparaíso, 27 de Diciembre de 2017