Resulta preocupante que el órgano llamado a redactar la norma fundamental que limita el poder del Estado en resguardo de los derechos de la ciudadanía se exceda en sus atribuciones, poniendo en jaque uno de los derechos más esenciales para el pluralismo y la convivencia democrática.
Columnas
La polarización empujada por las izquierdas radicales nos ha alejado de una sana democracia que nos permita dialogar en las mismas claves.
Los intentos de algunos constituyentes por acometer y pronunciarse sobre todo tipo de tareas y asuntos, atribuirse competencias que claramente no tienen e insistir majaderamente en sentirse depositarios de una soberanía que no les pertenece no tiene ni asidero ni destino.
Después de meses de revuelta, manifestaciones incendiarias e intentos de salida, enfrentamos una nueva elite despótica, que se arroga competencias, poder y verdad. Esto requiere que la recomposición de los partidos sea una tarea fundamental. A fin de cuentas, la ciudadanía ya ha dado muestras de que puede cancelar abruptamente la línea de crédito que estuvo dispuesta a entregar a sus representantes.
Establecer una suerte de verdad oficial acerca del pasado desde el poder constituyente contraviene el más elemental de los derechos: investigar la verdad con libertad. Supone vulnerar todo lo valioso y noble de las personas: sus recuerdos, memoria, sus creencias, legado familiar, entre otras cosas. ¿Quién puede arrogarse tanta superioridad moral para establecer verdades históricas incuestionables?
«Por parte de un sector de la izquierda que, faltando a su promesa de renovación, entró en el paisaje político como un bloque que ha contribuido progresivamente, en el último tiempo, a radicalizar la política» (…) Gabriel Boric integra y representa precisamente a esa izquierda radical», sostuvo el Director Ejecutivo de la FJG, Jorge Jaraquemada.
Por último, no podemos olvidar que la propuesta de nueva Constitución será votada en un plebiscito con sufragio obligatorio. Si se aprueba, será una Constitución hecha por un órgano especialmente convocado para ello, ampliamente representativa, con un quórum que permitió consensos políticos y sociales sólidos. Es difícil pensar en algo más democrático.
Sin perjuicio de la relevancia de mejorar las condiciones materiales de la ciudadanía, Chile atraviesa una profunda crisis social y política que trasciende esta dimensión (así quedó demostrado con los incendios, saqueos, robos, destrucción de iglesias, y un largo etcétera). Hasta ahora, no hay candidato que hable de esto.
Urge, por lo tanto, mejorar el reglamento provisorio para que contemple soluciones en caso de que lo que no debiese ocurrir, ocurra. Solo así podremos tener una Convención eficiente y sólida que logre los consensos necesarios para crear una propuesta de la cual todos se sientan parte.
«No se debe olvidar que la política interfiere incluso en los aspectos más cotidianos, en aquellos que pueden parecer terrenos despolitizados. Las artes ―como la música― son vías para llevar discursos que traen consigo cosmovisiones de vida, las que se fundan tanto en la filosofía como en la doctrina política.»
La izquierda moderada terminó plegándose a ese diagnóstico y se quedó sin discurso, sin historia ni proyecto, corriendo detrás de la huella de la nueva: la radical. Mientras esto no cambie, aunque la derecha quiera, será difícil el diálogo, porque, al menos por ahora, no hay interlocutores.
«… esta última izquierda, la moderada, se ha quedado sin discurso, sin historia ni proyecto, corriendo detrás de la huella de la primera, la extrema.»
Sin embargo, hoy, los partidos siguen más debilitados que hace dos años, y 34 convencionales provenientes del mundo independiente -los mismos que contribuirían a una mejor y más justa representación- pretenden devenir en una nueva casta, más arrogante, despótica, interesada y excluyente que aquella que denunciaban.
Una de las lecciones que nos dejaron los comicios de Convencionales Constituyente es que el electorado de derechas está prefiriendo liderazgos que tienen posturas y valores claros, que no teman decir que son de derecha y que no se dejan seducir por las ideas progresistas
En una sociedad libre, respetuosa de los derechos y libertades, una Constitución debería poner a las personas en el centro de la sociedad, posibilitándoles acceder a bienes humanos básicos que permitan su realización integral tanto material como espiritual.