A propósito de la renuncia del ministro de Hacienda, quedó de manifiesto que gobierno y oposición casi logran un acuerdo sobre la reforma al sistema de pensiones. Para quienes solo ahora tenemos luces sobre las bases de ese acuerdo nos alegra que no se haya concretado. ¿Por qué? Simplemente porque no se encaminaba a solucionar el problema. Plantear que el alza de la cotización debe destinarse, en cualquier porcentaje, a financiar un sistema de reparto obedece a una mirada ideológica que desconoce la evidencia técnica en contrario.
En cualquier sistema, el nivel de las pensiones está determinado por los aportes y por el periodo que se recibe pensión. A su vez, los aportes dependen de las remuneraciones y la tasa de contribución y su frecuencia; en los de capitalización, además dependen de la rentabilidad y en los de reparto de la demografía. Y el periodo de pensión depende de la edad de jubilación y las expectativas de vida. Así las cosas, la demografía torna inviable cualquier intento de imponer un sistema de reparto, pues la cantidad de personas en edad de trabajar por cada mayor de 65 años, que según el INE era e 7,1 en 1981, hoy es de 5,2 y en 2050 será de solo 2,1. Esto implicaría condenar a quienes recién se incorporan a la fuerza de trabajo a un esfuerzo descomunal y cada vez mayor para mantener las pensiones de las ya jubilados.
Solucionar las bajas pensiones pasa por enfrentar tres temas. Primero, la densidad de las cotizaciones. Para la OIT, una pensión completa corresponde a un mínimo de 30 años de cotizaciones y en Chile, debido a lagunas previsionales y a la informalidad laboral, solo un 25,7% de los pensionados el 2020 alcanzó ese mínimo, mientras que el 33% cotizó menos de 10 años. Por ende, hay que incentivar la cotización de los independientes y desincentivar la informalidad. Segundo, la edad de jubilación es exageradamente temprana dadas las actuales expectativas de vida. Esto implica que el ahorro acumulado al jubilarse tiene que alcanzar para percibir una pensión durante 20 años en el caso de los hombres y 30 en el de las mujeres. Si consideramos que cada año que una persona retrasa su jubilación tiene un impacto de al menos un 6% en su pensión futura, ¿por qué no elevar la edad de jubilación paulatinamente? Al menos para quienes hoy están ingresando al mercado laboral. Tercero, la tasa de cotización es muy baja, particularmente si se compara con el promedio de la OCDE, donde alcanza el 18,5% de la remuneración. Pero no basta con elevarla, sino hay que destinar el total a las cuentas individuales. Solo de esa forma habrá pensiones adecuadas y autofinanciadas en el futuro. Hay consenso técnico sobre esto desde la comisión Marcel, el 2006.
Finalmente, la mejoría de las pensiones vigentes y futuras muy modestas debe enfrentarse con impuestos generales para que la carga la sostengamos todos y no solo la clase media, que es la que mayormente tiene contrato de trabajo. Y además requiere un esfuerzo fiscal importante para mejorar el pilar básico solidario, considerando que el porcentaje del PIB que le destina Chile es solo un 1,2%, mientras que en los países de la CODE fluctúa entre el 6% y 10%.