Por Teresa Zañartu
Publicado en La Tercera, 13 de marzo de 2022
Las autonomías territoriales y regionales avanzan a paso decisivo en la Convención Constitucional. No bastó con reconocer una pluralidad de sistemas de justicia, ahora el objetivo, fijado por la hábil mano de algunos escaños reservados y grupos regionalistas, es desintegrar el territorio bajo la máscara de la descentralización.
Recordemos que la Constitución de 1826 -la que más se acercó a este modelo de territorio inorgánico -ni siquiera alcanzó a nacer, pues antes de implementarse, los parlamentarios, con mayor sensatez que la actual, reconocieron que no funcionaría en Chile. Así, hubo la suficiente visión para comprender lo que somos: una nación muy distinta a los modelos que nuestros representantes miran caprichosamente. No somos Bolivia, no somos Ecuador, ni tampoco España. Somos Chile, un país integrado y profundamente mestizo.
Pretender desconocer esta realidad es transformar a nuestro Estado en un laboratorio, es crear burocracia innecesaria en la forma de nuevas instituciones que solo retrasarán el desarrollo de las regiones más desposeídas y es olvidar que gran parte de Chile es, justamente, chileno, y así se reconoce de norte a sur. Los convencionales podrán decir que las autonomías reconocen esto, pero territorios especiales y estatutos autónomos solo muestran que esto es el federalismo fracasado disfrazado de regionalismo. ¿Elegirá la Convención debilitar el Estado y su funcionalidad y darle la espalda a la abrumadora mayoría de su población? ¿O se dará cuenta que esto sería repetir los fracasos de nuestra historia solo para mantener alianzas políticas contingentes con un grupo que, aunque grite más fuerte, es minoritario? Esperemos que aprenda del pasado, supere el frenesí refundacional que la encandila y elija sensatamente.