Por Jorge Jaraquemada
El Mercurio, 14 de octubre 2024
Valoramos el esfuerzo de unidad en torno a acuerdos que expresa la carta firmada por figuras de distintos sectores del espectro político. Sin embargo, a pesar de haber sido invitados a suscribirla, no lo hicimos porque diferimos del diagnóstico histórico que allí se expresa y de las razones que se desprenden de ese diagnóstico para justificar el deteriorado clima político actual y el desaliento sobre nuestro futuro económico.
Si bien compartimos la necesidad de retomar el camino del desarrollo, el valor de la democracia y el rechazo tajante a la violencia, nos parece que intentar separar la violencia que germinó el 18-O de las manifestaciones masivas no violentas, dificulta una reflexión bien encaminada.
En Chile no hubo dos “estallidos” y este no se comprende sin la violencia que lo acunó y el apoyo inicial que le brindó la ciudadanía y la mayoría de los políticos de la entonces oposición, varios de los cuales hoy nos gobiernan. Lo que vino después es consecuencia inseparable de la violencia que circunvaló el espíritu destructivo del llamado octubrismo.
Avanzar en buenos acuerdos para el país requiere de una reflexión previa sobre el lugar medular y condicionante que ocupó la violencia como método de acción política validada por sectores, actores y partidos que hoy no ofrecen autocrítica alguna.
Esto importa porque finalmente es el apoyo a la violencia de algunos, y que ese apoyo hoy no sea relevante para otros es lo que mantiene y mantendrá abierta la grieta del juicio histórico e impedirá mejorar la convivencia y lograr acuerdos. Ningún malestar justificaba la violencia indomable que azotó con impactos aún invaluables nuestro país.