El antagonismo de sexo y género también se ha instalado en el proceso insurreccional que Chile vive desde octubre. Este tendría el fin de destruir los cimientos de un supuesto “heteropatriarcado”, el que regiría como el régimen político que oprime a las mujeres y disidencias sexuales. En las distintas performances de “Un violador en tu camino”, se ve a mujeres bailando una coreografía, con los ojos vendados, y el famoso pañuelo verde abortista, mientras imputan “el violador eres tú”. ¿A quién acusan? Para estas feministas “los jueces, los pacos, el Estado, el presidente” son violadores. Pero ese canto pueril peca de una radical crítica estructural al sistema político, sentenciando erróneamente que solo por nacer mujer se está condenada al abuso y a la violación, incluso al feminicidio.
Sin embargo, acusar que todo hombre es automáticamente un violador es una aseveración tan irresponsable como odiosa. Cuesta asentir a la tesis de que nacer hombre importa la condición de violador. Pero la crítica de las disidencias sexuales es más profunda que acusar a todos los hombres de abusadores, la que se evidencia en otros actos performativos más audaces que han irrumpido desde aquel viernes negro.
El jueves 25 de octubre, en el frontis de la Casa Central de la PUC, hubo un show performativo de tipo “pornoterrorista” a plena luz del día. Hombres y mujeres, transexuales y transgéneros, a través de actos explícitamente sexuales, con un look sadomasoquista y el uso de dildos, acusaban que “la dictadura sexual nunca termina”. ¿Qué quiere decir esto? Para las disidencias sexuales, que las relaciones heterosexuales sean lo normal significa una imposición que no los deja vivir “libremente” su sexualidad. Por eso, este tipo de performances busca montar una “máquina de guerra” para desintegrar el -hipotético- sistema androcéntrico que oprime a todo quien no sea hombre heterosexual.
Estos shows no son baladíes, ni tampoco una efervescencia espontánea. Quienes adhieren a estas prácticas siguen las teorías del transgénero feminista Paul Beatriz Preciado, de la feminista queer Judith Butler, o manuales como “Foucault para Encapuchadas” del colectivo Manada de Lobxs. Si la tesis es que el “heteropatriarcado” es el origen de los males, la solución es deconstruir la sexualidad y el acto mismo para modificar las relaciones humanas como las conocemos hasta ahora. Brotan entonces las personas fluidas que pueden ser todo o nada a la vez, pues son solo cuerpos hablantes.
Estos actos que han integrado las manifestaciones desde un comienzo llevan a la praxis una teoría (y agenda) política dura y pura. Desde su vereda desean subvertir este supuesto sistema que nos viene oprimiendo, dicen, desde hace 30 años. No olvidemos al colectivo “Yeguada”, un conjunto de mujeres que usaron cola de caballo para declararse en “estado de rebeldía”, o el grupo de adultos que protestaron completamente desnudos mientras el resto de los manifestantes tarareaban “Chile despertó”. No se debe observar solo como un mero espectáculo artístico –si bien puede entrar en esta categoría-, sino que además debe leerse que desde estos actos performativos declaran la disputa política contra el orden sexual, la que no puede desprenderse del sistema político. Por eso, el momento de insurrección en Chile es una oportunidad para estos colectivos para llevar a cabo también una revuelta feminista y queer, y al parecer a nadie le ha llamado la atención su objetivo.
Una cosa es condenar todo abuso y violación en toda circunstancia, en un contexto en que la dignidad ha sido vaciada y hoy como significante está en disputa. Pero otra cosa muy distinta es que, desde diferentes frentes, de manera molecular, se busque erradicar toda tradición que nos ha sostenido como sociedad. Cada uno de estos antagonismos, como el activismo de las disidencias sexuales, busca contribuir a un estado constante de insurrección.
Daniela Carrasco
Fundación Jaime Guzmán