Han pasado 45 años desde el quiebre institucional de 1973 y 27 años desde el asesinato de Jaime Guzmán en 1991. Sin embargo, la violencia política, expresada en la profanación de su tumba, se mantiene vigente. Contrariamente a lo esperado, el ataque fue perpetrado por una turba de jóvenes que no deben superar los 25 años. Palabras como “traidor”, “asesino” o “bien muerto estay” (sic) se escribieron en el mausoleo que honra su memoria.
Esto da cuenta de la polarización política que ha sido transmitida hacia las generaciones actuales, con padres y una ideología que han educado en el odio a quienes nacieron en democracia y que claramente no vivieron ninguno de los dos hechos mencionados. Y debería llevarnos a una profunda reflexión en la que definamos si nuestra construcción de futuro va a ser fruto de odiosidades heredadas o basarse en el aprendizaje desde los hechos pasados. Basta con mirar los libros de historia y revisar la prensa de épocas anteriores para darnos cuenta de los lamentables hechos que se producen al construir el debate público y la acción política desde la violencia y no desde la tolerancia y el respeto.
Urge tomar partido. Seremos de los que en los años venideros estaremos del lado de la democracia o del lado de quienes, con una molotov en la mano, pasarán al olvido como revolucionarios de temporada.
Francisco Ramírez, La Tercera, 11 de septiembre de 2018