Por Claudio Arqueros
Publicado en El Mercurio, 4 de octubre de 2022
Desde antes que asumiera este gobierno, los símbolos y señales fueron relevantes. El nombramiento de Marcel en Hacienda fue una de las más trascendentes. La seriedad que transmite su nombre alivió preocupaciones y permitió al Gobierno una línea de crédito para enfrentar los desafíos (seguridad, proceso constitucional, coalición política, terrorismo, aprobación de reformas, relaciones internacionales) que repercuten en nuestra alicaída economía. Se ha buscado extender esta línea de crédito con nuevas señales y símbolos, como las reuniones con inversionistas del ministro y del propio Presidente en medio de su participación en la ONU.
Sin embargo, estos esfuerzos simbólicos son opacados por una realidad que los supera y los hace insuficientes. La reforma tributaria es un factor clave que aún no se despeja para empresarios e inversionistas; mientras que la falta de autocrítica frente a los resultados del plebiscito, así como el torpe impasse con Israel, afectan esos objetivos. Más aún cuando el Presidente declaraba paralelamente que Chile era el país más desigual del mundo y reivindicaba el proyecto de Salvador Allende.
La figura del ministro Marcel es un activo importante, pero agotable en el futuro e insuficiente en el presente. Llegó al Gobierno para posibilitar cambios como un pilar que representaba madurez y confianza. Hasta ahora, sin embargo, los discursos altisonantes que no parecen escuchar los mensajes y urgencias de la ciudadanía, las divisiones oficialistas insalvables en temas políticos y económicos y la irresponsabilidad en el manejo de las relaciones internacionales solo estropean su trabajo y disminuyen su capital.