En un momento particularmente agitado de la convivencia política, se intensifica el debate sobre la necesidad de tener una nueva Constitución. Se ha instalado, peligrosamente, en el inconsciente colectivo, la idea de que el ejercicio del poder constituyente será capaz, por sí solo, de resolver todos los problemas políticos, sociales y económicos por los que atraviesa el país. Es urgente darse cuenta de que este poder constituyente es un mito de la época de los constitucionalismos fuertes y está condenado a producir constituciones ilusorias en sus expectativas e inciertas y engañosas en su protección jurídica.
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