El año pasado terminó con una crisis social, económica y política de proporciones. Y más allá de los análisis sobre sus causas, manejo, o impacto en el corto y mediano plazo, ciertamente afectó, de uno u otro modo, la cotidianidad de todos los chilenos. Tras un breve respiro estival, a mediados de marzo, con la llegada de la pandemia vimos nuevamente intervenidas nuestras vidas, volviéndonos a nuestras casas, cediendo libertades, y con la preocupación de otra nueva crisis económica ya evidente. Como si todo esto fuera poco, al pasar las semanas hemos debido agregar un temor más a nuestras conciencias ya zumbadas: el aumento de la delincuencia.
Hasta ahora, el Presidente Piñera ha demostrado (en ambos mandatos) eficiencia al momento de asumir el manejo de las crisis que ha debido afrontar (terremoto 2010, y ahora el coronavirus). Si bien el equilibrio entre el lugar que debe ocupar la tecnocracia v/s el de la política ―con sus ritos, símbolos, tiempos― es un claro déficit del oficialismo que por estos días lo ha vuelto a exponer a críticas, lo cierto es que las cifras y las opiniones de los (verdaderamente) expertos dan cuenta de la habilidad que tiene esta administración para guiar catástrofes. Pero así como este desempeño merece reconocimiento, también es reprochable que el gobierno, desde octubre hasta hoy, no haya sabido manejar el estallido delincuencial que aqueja al país. Y hay que decirlo, tanto porque el pacto social nos obliga a endosar la responsabilidad de la seguridad pública y la justicia en las autoridades, como también porque la situación sigue empeorando, y vivir en medio de tanta inseguridad (sanitaria, económica, delincuencial) afectará aún más la vida de las personas.
Desde octubre el país ha sido sometido a una ebullición insurreccional y antisocial, y hoy ―después de meses de padecer esa “nueva normalidad” que implicó asumir trenes, supermercados y buses quemados, calles tomadas (con la complicidad de rectores incluso), y conductores obligados a pagar “peajes”― la delincuencia sube los niveles de violencia y apunta con pistola a quien se cruce en su camino. Los asaltos con cuchillo van camino a ser parte de los archivos anecdotarios porque hoy son cada vez más frecuente los asaltos con armas de fuego. Según datos de la propia Fiscalía, como también de la ficha del sistema táctico operativo de Carabineros, los robos con violencia han aumentado, al menos en aquellas comunas que no tienen cuarentena (sin considerar las llamadas “cifras negras” que sabemos existen respecto de los delitos violentos). Todo esto se vuelve morbosamente visible al momento de mirar los matinales (tan apetecidos últimamente), los cuales exponen a diario numerosos casos que dan cuenta del aumento en los niveles de violencia con que se delinque en las distintas comunas, así también cómo las personas día a día se auto perciben cada vez más vulnerables. Sería lamentable que la “nueva normalidad” incluya acostumbrarse a vivir en un país donde la delincuencia fuese percibida como incontrolable, y que el “mejor” modo de paliarla sea confinarse.
Esta crisis tiene varias dimensiones, y junto con la salud y la economía, la seguridad ―por los efectos que tiene vivir con miedo― también debe ser prioridad. Por lo demás, esto es lo mínimo que se le puede pedir a un gobierno de centroderecha.