En medio de los eslóganes y promesas de las elecciones presidenciales, que entre fugaces y fugitivos suelen ser incapaces de dar respuestas a los anhelos de las personas, parece oportuno detenerse unos momentos en conocer y comprender a una nueva generación, que en su gran mayoría se enfrenta por primera vez ante la posibilidad de participar en las elecciones presidenciales. Nos referimos a la denominada “generación Z”, que está compuesta por personas entre 15 y 25 años, y que en el balotaje del próximo mes pueden manifestar por primera vez quién quisieran que fuera el Presidente del país.
Impulsando una visión más pragmática que las generaciones anteriores, vemos hoy a un nuevo grupo etario que ha empezado a cuestionar las consecuencias de la modernidad. No quiere continuar con trayectorias de vida meramente orientadas al trabajo; conoce los límites de movilidad efectiva de un título profesional; cuestiona los costos de la industrialización y su daño a la naturaleza; ha ampliado sus posibilidades y oportunidades de forma exponencial, pero carece de respuestas a las preguntas por el sentido. ¿Por qué? ¿Para qué? Ni la política, ni el sistema educativo, ni la producción económica, ni la autonomía individual pueden ofrecerles hoy una respuesta. La pregunta por el sentido de la vida ha quedado parcializada a lo más íntimo de la almohada y ausente de toda propuesta o proyecto social compartido. Claro, pues la carencia de un lenguaje común le impide al presente encontrar horizontes.
Cualquier filósofo o sociólogo sabe que este asunto no es cosa nueva. Se han escrito durante siglos estas advertencias tratadas como profecías en un desierto. Lo novedoso es que, en un tiempo acotado de modernización, nuestra juventud comience a expresar estas carencias con más fuerza.
Hace poco desde la Fundación Jaime Guzmán presentamos La juventud extraviada, un libro que mira y reflexiona sobre la juventud chilena, y específicamente a la “generación Z”. Un nuevo aporte que plantea sin matices ni eufemismos las problemáticas que pueden proyectarse en la sociedad chilena, y que reúne a diferentes intelectuales y personas destacadas por su trabajo en ámbitos que afectan a los jóvenes. Entre ellos, Alfredo Jocelyn Holt, Alejandro Navas, Julio Pertuzé y varios más, que han hecho esfuerzos por enfrentar estos problemas sin caer en planteamientos parcializados y cortoplacistas.
La juventud extraviada examina e interpela a una sociedad desorientada que no enfrenta las preguntas fundamentales ni abre espacio a respuestas. Pero al mismo tiempo, logra aproximarse a ámbitos específicos que ayudan a aterrizar concretamente el debate que elabora. ¿Cuál es la relación de los jóvenes con sus familias? ¿Qué identidad tienen? ¿Cómo enfrentaremos el mundo del trabajo, la tecnología y la participación social? ¿Cuál es la relación de los jóvenes con las drogas?
Estas preguntas no se han enfrentado con profundidad, y ello es aún más grave cuando los nuevos referentes políticos insisten en la evasión de respuestas. Es hora de que el mundo político, y especialmente la derecha, observe a las nuevas generaciones y realice el esfuerzo de buscar definiciones. Encontrar un lenguaje común que permita impulsar una visión que reconozca la importancia de dar respuestas que faciliten la definición de nuevas rutas. ¿Qué buscan los jóvenes chilenos? ¿Qué ámbitos los realizan? ¿Qué significa familia y qué importancia tiene en la formación de ciudadanos? ¿Qué involucra la dignidad humana? ¿Qué rol tiene la religión en una sociedad moderna? ¿Y la educación?
Es extraño enfrentar una nueva elección teniendo tantas definiciones diluidas por el ritmo de las encuestas.