Me imagino estar en los pies de esos padres que, anhelando un mejor futuro para sus hijos, y sin la posibilidad de costear un colegio particular pagado, confiaron en el proyecto educativo de una institución subvencionada por el Estado. Qué duro debe haber sido para ellos ser tratados como parias por la elite de izquierda en Chile: “arribistas” y “desclasados”, los epítetos más suaves. El fachopobreo en su máxima expresión.
Me pongo en los pies también de ese médico que, trabajando en una clínica privada subvencionada con fondos estatales, ha sido atacado por la elite de izquierda en Chile por no realizar abortos, aun cuando la ley no lo obliga a hacerlo. Y en los de esos padres que pertenecen a la Teletón, y en los días del evento revisan redes sociales y se encuentran con burlas y críticas hacia la institución que los acogió y abrió las puertas para la rehabilitación de su hijo.
Esto da luces de dos cosas fundamentales: uno, que a la izquierda no le preocupan las personas cuando éstas persiguen un objetivo diferente al que ellos plantean; y segundo, que la elite de izquierda en Chile detesta a la sociedad civil como promotora de iniciativas distintas a las que pudiese proveer el Estado, para ellos, el único garante de bienes y servicios hacia la ciudadanía. Y se da esa coyuntura porque sus mentes sesgadas, y así lo plantean las teorías de sus principales ideólogos, solo ven en el ser humano una dimensión material que les garantizará la realización máxima en términos personales. Así, desconocen que lo que se encuentra tras un sostenedor de un colegio particular subvencionado, tras una institución objetora de conciencia o una institución benéfica exitosa que prescinde del Estado no es solo una motivación económica.
Se equivoca la izquierda, que a través de columnas de opinión los días domingo pretende adscribir el límite de lo público meramente a lo estatal, asumiendo que el Estado tiene la facultad de utilizar sus fondos a discreción, tal chantaje, para alienar a todos a un solo proyecto de sociedad.
Porque si creen que la subsidiariedad es solo una forma de estructuración social de índole económico, es porque no entienden que esto va más allá, y en una dimensión espiritual del ser humano, se transforma además en un modelo de desarrollo moral y social. Porque la subsidiariedad no solo implica creer que los particulares son más eficientes que el Estado; es creer firmemente en que la familia es el núcleo esencial de la sociedad y que desde allí se forman a ciudadanos llenos de virtudes y valores que de forma autónoma se ponen al servicio del bien común. Es creer en la capacidad transformadora del ser humano, y que es él -y no organismos superiores- los que deben dictar el destino de cada uno de nosotros. Y no se confundan, no con el egoísmo con el que la izquierda pretende caricaturizar este modelo de desarrollo, sino que en forma colaborativa, con el otro, entendiendo que el ser humano por sí mismo no tiene las herramientas necesarias para alcanzar todos los objetivos que se plantea.
Por eso se equivoca la izquierda, que a través de columnas de opinión los días domingo pretende adscribir el límite de lo público meramente a lo estatal, asumiendo que el Estado tiene la facultad de utilizar sus fondos a discreción, tal chantaje, para alienar a todos a un solo proyecto de sociedad. Y se equivocan aquellos que, contestando a estas mismas columnas a través de cartas al director, creen que la subsidiariedad se alinea solamente con un criterio económico y es la mejor forma posible que se encontró para organizar la vida en sociedad, creyéndola desechable.
No, el Estado subsidiario trasciende aquello. Por eso, el llamado es a defenderlo y promoverlo en dicho rol, no solo por su concepción doctrinaria, sino porque con ello estaremos apoyando al club de fútbol de barrio, a la vecina que emprendió con una panadería, a las familias que buscan un proyecto educativo distinto al estatal y a tantos otros. Ciudadanos que han mirado de frente al progreso y le han visto la espalda a una izquierda ideológica que los desprecia y critica cada vez que encuentra la oportunidad de hacerlo.