Los resultados del domingo 19 produjeron una curiosa consternación en el ambiente político. Mirando los números, se cumplió lo que se dijo en la generalidad de los pronósticos desde que partió la carrera: que habría segunda vuelta y que ésta sería muy estrecha. Sebastián Piñera obtiene una diferencia de 14 puntos frente a Alejandro Guillier, sin sumar los votos de José Antonio Kast y otros que no se hayan sumado por distintos motivos. Parece que el escenario en la centroderecha es bastante más claro y ordenado de lo que hay al frente y da un panorama similar al año 2009 (Piñera más Kast suman 44%, igual que ese año).
Los problemas los tiene —y de qué manera— Alejandro Guillier. En primer lugar, porque él fue el verdaderamente derrotado, obteniendo la peor votación de un candidato de la centroizquierda desde el retorno a la democracia. Incluso sumando íntegramente el voto de la DC —cosa que en los hechos no sucederá— no alcanza un porcentaje de voto similar al que obtuvo Eduardo Frei en 2009 en primera vuelta (29%)
Con un Frente Amplio en busca de una identidad que refuerce el respaldo de 20 diputados y más del 20% en la primera vuelta presidencial, es muy difícil que los partidarios políticos en terreno puedan explicar a sus electores que ahora nuevamente están apoyando a la Nueva Mayoría, después de que sus principales figuras salieran de posiciones estratégicas en el gobierno (Ministerio de Educación, por ejemplo) y se pasaran a un discurso claramente opositor en los inicios de la conformación del bloque izquierdista. Si algo tiene el Frente Amplio es un discurso político claro, centrado fundamentalmente en la renovación y con contenidos ideológicos que van mucho más allá del “Derecha NO”, tan propio del tradicional burócrata izquierdo-concertacionista.
El Frente Amplio busca reflejar una identidad política propia. Sería inexplicable que le dieran formalmente el apoyo a la Nueva Mayoría (que han denostado) para después decir que se quedan nuevamente en la oposición. Por otro lado, si se suman a Guillier es para integrar el gobierno y no será sin condiciones, como lo hizo la DC. Sería el peor negocio para el Frente Amplio: en definitiva, ser los continuadores de Bachelet.
Chile Vamos tiene la palabra. Luego de haber levantado tanto las expectativas, el aparente “mal resultado” puede ser en el fondo positivo. La sensación en la primera vuelta era de tal triunfalismo que más de algún votante no hizo mayores esfuerzos por ir a votar. Esta es una oportunidad para poder sorprender de la misma manera en que se hizo para la primaria, donde se movilizó mucha más gente, no sólo respecto de la elección de 2013, sino que de los mismos pronósticos del sector. Quizás se presenta la oportunidad para que esa mayoría silenciosa —la misma que rechaza de manera categórica esta gestión presidencial y sus reformas— salga a las urnas.