Si bien para nadie fue una sorpresa el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, las críticas no se hicieron esperar, particularmente por su historial polémico y su lenguaje virulento. Su triunfo ha sido leído como una especie de “acto fallido” de la democracia, como si su llegada al poder fuese un fenómeno ajeno a la realidad sociopolítica. Sin embargo, existen razones poco exploradas, que debieran considerarse para entender la relevancia que están adquiriendo actores como Trump, Le Pen y el presidente electo de Brasil. Su protagonismo no sólo responde al fuerte rechazo a una extendida corrupción, sino también a causas que sobrepasan este fenómeno. Dicho de otro modo, la corrupción de la política no se agota en los fraudes, sino que incluye la deslegitimación del sentido y fundamentos de los valores sobre los que se erige la democracia.
Lo que Bolsonaro hizo fue ocupar una herramienta de uso común en la izquierda, cual es hacer del lenguaje un instrumento para agudizar los antagonismos y debilitar o anular las estructuras culturales y morales. Los países del bloque del ALBA y algunas sociales democracias tardías de América Latina (la chilena incluida) empujaron discursos despectivos respecto del valor de los acuerdos, a la vez que instalaron y potenciaron un lenguaje virulento que buscaba descalificar y luego deslegitimar a sus adversarios.
Una vez que la política deja de comprender que su horizonte de sentido responde a fundamentos (un orden natural sobre el cual se erigen principios y valores) se abre un campo de disputas que rompen todos los márgenes. En esta situación, es esperable que algunos discursos políticos se desembaracen de las virtudes republicanas y pasen a convertirse en meros discursos de oportunidad.
Así las cosas, todo es dable. Las funas, las tomas, las falsas acusaciones, los intentos por proscribir de la agenda pública a aquellos con quienes no se comulga, etc., son todas expresiones claras de ello.
Lo concreto es que parte de la izquierda chilena no se distingue del lenguaje y actitudes que reprocha a Bolsonaro, por mucho que lo critique, actúa igual. Recuérdese al efecto el proyecto de acuerdo recientemente promovido en la Cámara de Diputados para “exiliar” a Jaime Guzmán de cualquier homenaje público.
En este contexto, el llamado del presidente Sebastián Piñera a retomar la política de los acuerdos (denominada por él mismo una “segunda transición”) es una oportunidad para contener el socavamiento de la política nacional. Así, por medio de la mesura del lenguaje, se podrían marginar los voluntarismos refundacionales o la violencia verbal, que desde hace algún tiempo utilizan ciertos actores políticos, los mismos que ante las elecciones brasileñas expresaron un cínico pánico.