Por Daniela Carrasco
Publicado en La Gaceta de la Iberosfera, 20 de mayo de 2022
El pasado lunes 16 de mayo, el colectivo chileno Yeguada Latinoamericana hizo una serie de performances post-pornográficos en el frontis de la Iglesia de la Virgen de la Luz y de la Catedral de Cuenca. Semidesnudas y con colas de caballo que cuelgan de su ropa interior, las feministas buscaron trastocar la imagen de la Virgen María, a través de una puesta en escena transgresora. Esta intervención generó un escándalo en Castilla-La Mancha, motivo por el cual desde Abogados Cristianos presentaron un recurso penal contra la agrupación feminista.
No cabe duda que los feminismos como un movimiento no dejan indiferente a nadie. Si bien encontramos numerosas vertientes, suelen destacar aquellos que irrumpen con performances que suelen adherir a los feminismos post-identitarios. En esta postura encontramos las contribuciones de la Teoría Queer con exponentes como la estadounidense Judith Butler y su teoría de la performatividad, o las españolas Paul Beatriz Preciado (quien hoy se concibe como un hombre transexual y ha propuesto una “sociedad contrasexual”) y Diana J. Torres (precursora del pornoterrorismo).
Según la teoría de la performatividad de Butler, la identidad sexual es moldeada por la sociedad. En consecuencia, tendríamos interiorizadas normas e imaginarios que nos alienan a un sistema político que nos mantendría en opresión. Pero si la identidad sexual se hace, también se podría deshacer gracias al lenguaje y a la performance del género deseado —producir y reproducir las categorías deseadas—. Entonces, el cuerpo sería donde se daría la batalla política contra el manoseado patriarcado.
Por su parte, Preciado sostiene que la Teoría Queer se presenta como un movimiento “post-homosexual y post-gay”. Dicho de otro modo, es un “movimiento post-identitario” que “resiste” a las normas de un sistema dominante que, según su visión, sería heteronormado, patriarcal, capitalista. En suma, es un movimiento que busca visibilizar identidades pero también cuerpos y prácticas marginadas, consideradas fuera de la norma (anormales). ¿El objetivo? Deconstruir el sentido común (lo deseable) en torno a la sexualidad.
Esto se entiende mejor al aproximarnos al Manifiesto Contrasexual (2002), en el que Preciado busca superar los binarios como hombre-mujer, naturaleza-cultura, heterosexual-homosexual, etc. Es decir, apunta a disolver toda esencia y naturaleza del ser humano. De hecho, no suele hablar de hombres o mujeres, sino más bien hace énfasis en los “cuerpos” que, al igual que Butler, serían el territorio donde se disputa la lucha política.
En otras palabras, si los feminismos conciben que lo masculino es una categoría opresora, y lo femenino una oprimida, para solucionar estas relaciones de subyugación se deben desconocer estas categorías binarias mostrando una “multiplicidad de posibilidades” en el ámbito sexual. Por ejemplo, el uso de suplementos como el dildo, la estética sadomasoquista, la visibilidad de parafilias sexuales, etc., son parte del imaginario contrasexual. El uso de la cola de caballo de Yeguada Latinoamericana va en este sentido: subvertir lo que entendemos por bueno y verdadero, apuntando a la fusión de la “humana-bestia”.
Sumado a lo anterior, se agrega a la ecuación la propuesta de Torres, el “pornoterrorismo”, que es una vertiente de la post-pornografía, la que persigue los mismos fines de la contrasexualidad.
En primer lugar, conviene aclarar que el post-porno se instala como un dispositivo que deconstruye la pornografía convencional en la que es posible observar cuerpos esbeltos —cuerpos héteronormados según las feministas—. Entonces, muestra corporalidades que se salen de la norma (obesos, transgéneros, peludos, mutilados, etc.), como también prácticas sexuales que no son consideradas normales.
Lo anterior es el piso que permite que surja el pornoterrorismo, ya que son prácticas estéticas mucho más abyectas. Pues, a través de actos sexuales, se busca llamar la atención del espectador pero no para erotizarlo, sino para entregarle un mensaje político explícito.
Por consiguiente, y a propósito de lo recién expuesto, es dable indicar que, lo que observamos en las performances feministas, develan un cambio en el paradigma de la protesta política. Pues, si en las insurgencias izquierdistas del siglo XX veíamos movimientos sociales con solo un sujeto político (el proletariado), que protestaba con lienzos —en los que se inscribía alguna frase en la línea de la lucha de clases—; las insurgencias que se observan en pleno siglo XXI distan mucho de ellas.
En efecto, hoy podemos observar revueltas empujadas por numerosos movimientos sociales al mismo tiempo. Por ejemplo, feministas, disidencias sexuales, grupos indigenistas, estudiantiles, obreros, etc. Es decir, ya no hay un sujeto político único. Al contrario, se levanta una multiplicidad de demandas que devienen revolucionaria.
Por tanto, vemos que el lienzo o el panfleto donde “todo está dicho” y no hay más espacio para otros argumentos está siendo desplazado, ya que, hoy, vemos una protesta polisémica, en la que no es necesario decir las demandas con palabras, sino con “actos” como las performances. En consecuencia, cada espectador o adherente le otorga su propia interpretación. Esto es algo propio de una praxis molecular que se ha observado muy bien en la revuelta chilena, pues estamos en la era de las subjetividades y los afectos.
Este es el escenario que permitió que surgiera Yeguada Latinoamericana, que se define por sus miembros como “un proyecto de performance” más que una agrupación, poniendo énfasis en la “praxis”, en la “acción”. Sus intervenciones suelen disrumpir los espacios cotidianos —como la calle, las iglesias— para deconstruir el sentido común de las personas que transitan por esos lugares.
De igual modo, suelen actuar en fechas simbólicas que están ligadas a un imaginario que conciben, según sus narrativas, como opresoras —este es el caso de la Parada Militar chilena para las fiestas patrias o, incluso, cuando el Papa Francisco visitó Chile en enero de 2018—.
De igual modo, para la revuelta del 18 de octubre de 2019, Yeguada Latinoamericana actuó como una molécula más de la insurgencia. Realizaron, al menos, cuatro performances: “Orden y Patria” —que buscó transgredir y burlarse de la policía chilena, Carabineros, al tildarlos de “violadores”—, y “Estado de Rebeldía” —que se compuso de tres intervenciones en plena insurrección callejera—.
Si bien, en el último tiempo no han destacado por nuevas “acciones” —una de las últimas performances fue en septiembre de 2021, cuando profanaron la tumba de Jaime Guzmán, senador asesinado en 1991 por el grupo terrorista Frente “Patriótico” Manuel Rodríguez (FPMR)—, esta vez buscaron transgredir y subvertir los valores de España.
Elegir este destino no es baladí, pues sus narrativas apuntan a socavar todo sentido común que se desprendiera de un sistema “capitalista y patriarcal” —según ellas—. Pero, también, buscan socavar toda tradición y tensionar los pilares de Occidente. Es por ello que suelen elegir iglesias y templos como una forma de derrocar al cristianismo, blasfemando a Cristo, la Virgen María y los espacios sagrados.
En definitiva, la performance de Yeguada Latinoamericana no debe leerse solo como “una vulgaridad de mal gusto” o una “exhibición obscena”, como se suele leer en varios medios españoles e internacionales que publicaron la intervención.
De hecho, la intención de estas irrupciones de corte post-pornográficas apuntan a deconstruir el sentido común y los imaginarios sexuales, porque —supuestamente— lo que conocemos como deseable en materia de sexualidad serían categorías que nos mantienen en opresión. Es una insurrección de los cuerpos que pone en tensión la naturaleza humana.
En consecuencia, esta es una muestra más de que los feminismos contemporáneos solo buscan instalar antagonismos ficticios donde no los hay (como la heteronorma). No es un movimiento de mujeres y para mujeres, como suelen sostener estas agrupaciones al momento de captar a adolescentes ingenuas. Al contrario, los feminismos componen un movimiento político, con una clara agenda ideológica y que se sustenta en una radical teoría política. Por ello, es dable reflexionar que los imaginarios a los que apuntan en nada ayudan a solucionar temáticas aún pendiente para las mujeres.