Si tuviéramos que elegir un símbolo que pueda representar los cambios sociopolíticos de los últimos tiempos, sin duda deberíamos enfocarnos en la sala de clases universitaria. Hasta hace pocos años, espacios de pensamiento y búsqueda de la verdad por excelencia; hoy, las detonantes de funas públicas, persecuciones políticas y el calvario con el que profesores con años de servicio hacia las casas de estudio deben cargar. La izquierda, una vez más, coopta los espacios que buscan la verdad para transformarlos en instrumentos de su ideología.
Todos los ritos y signos de excelencia académica y conservación de espacios respetuosos de la naturaleza universitaria han sido vulnerados con maniobras políticas sin cuestionamiento alguno. No sólo se han contaminado los espacios, también se han socavado las relaciones entre académicos y alumnos deteriorando la consideración virtuosa por la autoridad. Los casos son variados. Quizás el más conocido en los últimos días el del profesor de la Facultad de Derecho UC, Gonzalo Rojas Sánchez. Controversial profesor en las aulas de la Pontificia a los ojos de los alumnos alejados a su doctrina; un formador para aquellos que por más de 20 años han conocido a lo largo de todo Chile sus exposiciones en torno a la historia del Derecho y los grandes pensadores del siglo XX.
Pero más allá del caso del profesor Rojas, lo preocupante es que hay una sucesión de hechos que no solo ocurren en la Universidad Católica, sino que se repiten sin tanta publicidad en salas de clase de Copiapó, Valparaíso, Concepción, Valdivia y muchas otras ciudades donde tanto profesores como alumnos se han visto acechados por una turba dominante, supuestamente mayoritaria y con hambre de sacrificios públicos cual caza de brujas posmoderna. La izquierda ha inoculado las universidades con una agenda que pretende convertirlas en campos de disidencia política desde donde se activen los antagonismos sociales que permitan abrir oportunidad a las voluntades hegemónicas que las motivan. Esto implica entonces, confrontar la verdad con la retórica, el diálogo con la violencia, la opinión con la amenaza, y así un largo etcétera.
De este modo, no cuesta descubrir que es la libertad de expresión -aquel derecho fundamental de toda democracia- la que se encuentra amenazada. Porque no solo en los espacios públicos las ideas “impopulares” se han visto mermadas, sino que en su espacio sagrado, la universidad, donde supuestamente la divergencia de opiniones y el disentimiento se harían parte del debate, es la diversidad de pensamiento (en tanto expresión diferente) lo que parece no tener cabida.
¿Cuáles son los límites de la voluntad de acallar? Hasta hoy, aquello no está claro, y por lo mismo quienes impulsan dicha agenda seguirán avanzando. El objetivo es lograr la hegemonía cultural y política, aun cuando la convivencia democrática se dañe en su eje central, como es el respeto por la diferencia. Este derrotero no es nuevo, basta ver las políticas de censura en Venezuela, Bolivia, Cuba, etc. No hay nada nuevo en su modus operandi; los nuevos liderazgos de izquierda en Chile solo se han sumado a la bancarrota de la izquierda latinoamericana.