En noviembre de 2020 se aprobó un proyecto de ley que declara que cada 19 de diciembre en Chile se conmemora el “Día Nacional Contra el Femicidio”, con la finalidad de visibilizar la violencia que las mujeres podemos sufrir y con ello generar un cambio cultural.
Por lo anterior, el pasado sábado numerosos colectivos, ONG, instituciones estatales e incluso partidos políticos (algunos de derecha) conmemoraron este día para concientizar sobre esta lamentable situación, pero también llamaron a enfrentar un sistema “patriarcal” y hasta una “cultura de la violación” que, según dicen, sería sistemática en Chile como en Occidente.
El proyecto de ley fue ingresado por diputados con sensibilidad desde el centro hacia la extrema izquierda política y aprobado en unanimidad por el Senado. El segundo artículo de la moción señala que este hito implica reconocer “el aporte del movimiento feminista en la erradicación de la violencia contra las mujeres en nuestro país”.
Lamentablemente, en pleno siglo XXI, las mujeres aún pueden ser víctimas de violencia, de abusos, violación e incluso de asesinatos. En Chile a la fecha, durante el 2020 se han consumado 40 asesinatos hacia mujeres por parte de sus parejas o exparejas. Por ello, en memoria de Javiera Neira Oportus, quien murió a los seis años de edad en 2005 tras defender a su madre de la violencia que sufría por parte de su padre, se propuso conmemorar este día un 19 de diciembre.
Pero a pesar de que es una realidad que hay que poner atajo, y que las políticas públicas no han logrado dar una solución, los conceptos asumidos (conscientemente o no) para hacer frente a esta situación siguen una agenda ideológica impulsada por la nueva izquierda. Por ello es que conceptos como “patriarcado”, “femicidio”, o “género” son usados indiscriminadamente, incluso por actores que suelen identificarse con la centroderecha y derecha política.
Y este fenómeno no solo se da en Chile, sino que es una situación transversal en las derechas de Occidente, con algunas excepciones. Sin embargo, esto demuestra cómo han fracasado en la batalla cultural al desconocer sus propios fundamentos valóricos y filosóficos al asumir las propias categorías del adversario político.
Los feminismos de la Diferencia se han apoyado teóricamente en las tesis marxistas. Mientras estas últimas se han radicalizado, también lo han hecho estos feminismos. Desde 1990 se integró explícitamente el vocablo “género” en la articulación del movimiento feminista, gracias a la Teoría Queer. Por consiguiente, se dejó atrás a la mujer como el sujeto político del feminismo al instalar nuevos imaginarios identitarios. Por lo anterior, se habla ampliamente de “violencia de género” antes que “violencia hacia la mujer”.
Pero el término “género” implica un profundo ejercicio deconstruccionista que busca desconocer toda naturaleza humana, ya que la deconstrucción implica dejar atrás los binarios opuestos, como el de sexos (hombre-mujer), para que ninguno signifique nada. Estas tesis postulan que todo lo que conocemos sería el resultado de un constructo social, el que no tendría ninguna validación en nuestra biología o naturaleza, por lo que es posible modificar sus conceptos y vaciarlos. Por ello, hoy en día lo femenino no necesariamente representa a la mujer, como lo masculino al hombre.
Gracias a la Teoría Queer, el activismo de “género” hace una “resistencia” a la cultura imperante, la que acusan de “heteronormativa”. Como solución a este errado diagnóstico proponen subvertir todo lo que conocemos como bueno y verdadero, incluso lo más íntimo como las identidades y relaciones sexuales: Practicar comportamientos de otros géneros significaría disputar los imaginarios sociopolíticos.
El vocablo “femicidio” apunta en el mismo sentido ideológico, pues entiende que se comete un asesinato hacia una mujer por el solo hecho de serlo. Es decir, entiende a la mujer como el sujeto oprimido en este sistema sociopolítico y económico que imputan de “patriarcal” y “neoliberal”, el que hay que desplazar. Esto implica dejar atrás lo que la derecha política ha representado históricamente y, aun así, los propios actores del sector han asumido estos términos.
Sin embargo, hacerse cargo de la violencia hacia la mujer asumiendo estos conceptos ideológicos de la extrema izquierda no solo va en un camino que nos aleja de las sociedades libres, sino que tampoco nos permite entender en realidad por qué se da esta situación. Quizás comprender cómo los niveles de alcoholismo, drogadicción, o enfermedades mentales tienen una directa influencia en la violencia intrafamiliar y de pareja puede ser un primer paso.
Conmemorar un “Día contra el Femicidio” es contraproducente. Pues asume el relato ideológico marxista de opresores y oprimidos a una realidad que hay que solucionar con políticas públicas eficientes. Esto es aún más grave cuando las derechas asumen estos términos como propios, avalando incluso la existencia de una “cultura de violación” que estaría impregnada en nuestras relaciones sociales.
Las derechas no deben olvidar que nuestros fundamentos antropológicos se rigen desde la concepción de la dignidad humana la que nos es inherente a nuestra propia naturaleza. Santo Tomás entendía que “persona significa lo más perfecto que hay en toda la naturaleza, o sea, el ser subsistente en la naturaleza racional”. Poner freno a la violencia hacia la mujer es un deber por este motivo, porque creemos en el respeto en el otro como fundamento de una sociedad libre basada en valores comunes. Sin embargo, absorber los conceptos de las izquierdas solo provocará que nuestra visión de persona y sociedad quede cada vez más desplazada.
Daniela Carrasco, La Gaceta, 24 de diciembre de 2020.