Por Hernán Larraín F.
La Tercera, 13 de noviembre 2024
Hace ocho años, como senador, integré una comisión observadora del proceso eleccionario de Estados Unidos, cuando fue elegido Donald Trump. Por esas circunstancias de la vida, este año fui invitado a ese país a un seminario del Inter-American Dialogue, coincidiendo con estas elecciones, siendo nuevamente testigo presencial.
Esa vez quedé sorprendido porque todo indicaba que Hillary Clinton ganaría. Tenía estatura, experiencia política y el imán de ser la primera mujer en alcanzar la Presidencia. Sin embargo, apareció un outsider, con manejo de medios y trayectoria empresarial, que supo leer al americano medio, a los trabajadores, a quienes no pertenecían a minorías (afroamericanos, latinos, diversidad sexual, etc.), pues sentían que ellas eran priorizadas, postergando a quienes constituían el soporte de la nación.
Trump gobernó, pero su gestión fue deficiente, llena de tropiezos y no fue reelecto. Peor aún, no aceptó su derrota y por años se vio envuelto en juicios y debates que -se pensaba- le rayarían la pintura y limitarían su porvenir político. Con todo, se le dio fácil enfrentar al Presidente Biden que buscaba su reelección pues éste, senescente, se hallaba en condiciones de salud precarias.
Hasta que se produjo lo impensado: renunció Biden y fue reemplazado por la vicepresidenta Kamala Harris. Los demócratas recuperaron la fe y se repitió la ensoñación del triunfo de una mujer que, además, había sido fiscal y senadora, con fuerza, oratoria y proba. A pesar de empates en estados “bisagra”, el establishment y los medios la fueron instalando. Mi percepción, viendo TV (con mucha trasmisión de campañas) y el pronóstico de las encuestas, proyectaba a una mujer en el sillón de Washington.
Contados los votos, el republicano barrió con su rival, dejando a los demócratas atónitos, en la vereda de la historia. ¿Qué había pasado? Se ha escrito mucho en estos días, pero sumo una observación. Muchos políticos (y no hablo solo como espectador) tienden a representar lo que se siente en el ambiente, lo que reproducen los medios, lo que intuyen del “sentido común”. Sin embargo, la ciudadanía obra cada día más por su cuenta, se informa y no se deja seducir. Sabe si la economía está bien cuando tiene trabajo o hace sus compras. Sabe si hay seguridad cuando sale a la calle y experimenta temor o no. Sabe distinguir entre la realidad y la ficción imaginada que le inoculan.
Harris habló de democracia, libertad y de los derechos de la mujer. Trump de economía, migración y patriotismo. Harris fue políticamente correcta; Trump, deslenguado, reiterativo y perturbador, pero sintonizó con la irritación silente.
La ciudadanía parece anteponer a la defensa de valores, su situación personal. La falta de efectividad del régimen democrático le hace perder adhesión popular y el voto va por quien ofrezca soluciones concretas y creíbles. Aunque sea populista, autoritario, y tenga repercusiones múltiples. Sin resultados, no hay conexión con la gente. ¿Primum vivere, deinde philosofari?
Lecciones para quienes creemos en la democracia y el imperio de la ley por sobre toda consideración: mucho por hacer.