La elección del domingo 19 en Chile será el primer hito que permitirá perfilar el nuevo ciclo político que enfrentará el país. De muchas lecturas posibles, tantas como dimensiones sociales y políticas existen, quisiera proponer un par vinculadas a los fantasmas que este período de campaña ha evidenciado quedarse atrás.
Hay una alta posibilidad que Sebastián Piñera, quien gobernó nuestro país en el apogeo de la tesis mayolística del “derrumbe del modelo” (año 2013) obtenga una ventaja muy poco remontable respecto de otros 6 candidatos que pertenecen al mundo de las izquierdas de todo tipo. Sin perjuicio que los análisis dan para mucho (por ejemplo, sostener que si se hubiese llegado a tal o cual acuerdo, o si se hubiese tenido tal o cual otro candidato), es insoslayable que el eje de esta campaña es un eje diametralmente distinto al del año 2013, la cual se dio en un tono de aspiración refundacional en lo social, económico y constitucional. A estas alturas el fantasma del diagnóstico -tan acendrado en una parte no menor de una pseudointelectualidad izquierdo populista- que decía que los chilenos habían despertado del letargo del modelo de desarrollo en el que no existía más que el “abuso” (documental en contra de los Chicago Boys incluido) y que se había acabado para dar paso a un nuevo trato sobre “el régimen de lo público”, ya parece lejano. La campaña no está –ni estuvo- en un eje refundacional.
A mayor abundamiento, y con el proceso constituyente prácticamente fracasado, llama la atención que algunos de los máximos exponentes de la tesis refundacional –Fernando Atria y Alberto Mayol, ambos partidarios de la asamblea constituyente- compitan dentro de la institucionalidad que tanto han denostado para ser diputados. Al parecer no es verdad que “estas reglas” impiden hacer transformaciones políticas.
Otro fantasma que la campaña se ha encargado de disipar: que el fin al sistema electoral binominal reordenará el Congreso de una manera sin precedentes. Es muy probable que las listas conformadas por partidos políticos consolidados y de fuerte penetración social, mantengan altas cuotas de representación. Habrá que ver qué análisis nos proporcionarán aquellos que dijeron que el nuevo sistema electoral era la panacea de la nueva democracia, los nuevos movimientos y el nuevo Congreso. Es probable que eso no ocurra.
Un tercer fantasma: la renovación. Hay una alta posibilidad que la nueva regulación electoral que prometía campañas más austeras y competitivas –regulación complementada con interpretaciones del Servel que rayan en lo absurdo- solo terminen evidenciando lo que siempre algunos sostuvimos: las tasas de renovación del Congreso serán menores pues si antes era difícil desafiar a un incumbente, ahora será prácticamente imposible.
Veremos si el domingo 19 estos fantasmas –y otros que rondan- se disipan o se quedarán.