Unidad, presencia de todos los poderes del Estado, capacidad de contención del general director de Carabineros a sus filas. Todo esto y algo más pedía el presidente Boric el sábado en Cañete para hacer frente a uno de los peores momentos de su mandato. Como si todo el discurso y las acciones con las que construyeron el relato político que los condujo al Gobierno pudiera y debiera separarse de la amenazante realidad que vive el país manifestada en el horrendo asesinato de tres carabineros en la Macrozona Sur.
Y contó con la presencia de todas las autoridades que solicitó. Sin embargo, la mayoría de la ciudadanía, aquello que la izquierda llama pueblo, no lo apoya. El país está consternado y, le guste o no al primer mandatario, no parece dejar de relacionar el debilitamiento de la autoridad policial con el artero rol que él y quienes hoy lo acompañan en su Gobierno cumplieron durante el octubrismo que todos padecimos.
Entre todo lo que caracterizó la anomia desencadenada el 2019, la empatía y luego el apoyo implícito y explícito a la violencia es ineludible. Aunque algunos quisieran ocultarlo. Después de todo, ese espíritu octubrista que deambulaba entre carnaval, odio y tragedia, profundizó más la crisis y contribuyó a hipotecar nuestro presente porque apuntó tanto a las instituciones políticas como a las policiales.
Eso precisamente es lo que simbolizaba el perro “matapacos”: aplaudido, convertido en estatua y estampado en pañuelos y poleras —como la que gustaba lucir la hoy ministra Jara—, representó un vacío de autoridad que buscaba derogar la autoridad de Carabineros.
Su imagen operó como un dispositivo que alentó la violencia política y la delincuencia que saqueaba lo que encontraba a su paso. Se alzó, además, como justificativo de la impunidad que reinaba en Plaza Italia y como síntoma del nihilismo destituyente que se apoderó de lo que eufemísticamente la izquierda llama “calle”.
Esa izquierda siempre se ha caracterizado por mantener viva la memoria, sin embargo, hoy trata de hacer borrón y cuenta nueva. Es más, pretende hacernos creer que entendimos mal: que el perro “matapacos” en realidad simbolizaba algo nada que ver con incitar el odio contra Carabineros.
Que Nicolás Grau solo pasaba por un momento de “frustración” cuando tuiteaba atizando ese mismo odio y tildaba a los carabineros de asesinos; que Jeannette Jara los trataba de bastardos por broma; que en realidad Carolina Tohá, mientras era alcaldesa, pensaba ingenuamente que las tomas eran legítimas y que en nada perjudicarían el control del orden público.
Que cuando Catalina Pérez llamó a quemarlo todo no era literalmente todo —sino que solo se refería a las iglesias, algunas empresas, las tumbas de quienes pensaban diferente y una que otra estación de Metro—; que el indulto a Luis Castillo y a otros detenidos durante la insurrección del 18-O en nada denostaba el trabajo de las policías; que su torcida imaginación que inventaba centros de tortura eran una mentira piadosa; y que cuando todos ellos se plegaron con entusiasmo desbordante al octubrismo y hablaban de refundar Carabineros, en verdad querían decir modernizar no más.
Por si todos estos hechos y símbolos no fueran constatación suficiente para el Gobierno, una revisión de los proyectos de ley que buscaban darle más atribuciones a Carabineros y a los que Gabriel Boric, el Partido Comunista y el Frente Amplio se opusieron de manera furibunda, podría refrescarles la memoria de todos sus intentos por socavar a la institución que hoy está de luto.
La izquierda sabe de símbolos y lo que hoy representan para el país es lo que ellos mismos se encargaron de encarnar. Por lo tanto, deben aceptar que esa construcción simbólica ahora los enfrente a la opinión pública. El país no quiere apoyar a Boric ni a su Gobierno simplemente porque no les cree. La ciudadanía desconfía de esta administración porque no pueden borrar lo que han dicho y hecho para debilitar nuestra institucionalidad.
Después de tantas derrotas sufridas por esta administración —el temprano fracaso político de su apuesta constitucional, su reforma tributaria, la crisis de seguridad— hoy se suma quizás la más importante para lograr culminar con dignidad su período: recuperar la confianza ciudadana.
Para eso el presidente necesita convencer al país de al menos dos cosas. Primero, de que todo el daño que él y los altos funcionarios que hoy lo acompañan propinaron a Carabineros ha quedado realmente en el pasado, lo que es difícil cuando no se asoma ningún mea culpa, sino explicaciones poco convincentes, por decir lo menos.
Y, segundo, que a pesar de todos sus esfuerzos pasados por debilitarlos, quienes hoy nos gobiernan pueden invertir esa situación y fortalecerlos, devolviéndoles ellos mismos el principio de autoridad que antes se esmeraron en arrebatarles con furia imborrable.